Estos últimos días está de actualidad el conflicto originado por la puesta en marcha de la aplicación Uber en Barcelona desde el pasado mes de abril. Uber, muy popular en otros países, permite básicamente compartir vehículo entre usuarios, compartiendo también los gastos de una ruta común. Ya existía aquí Bla Bla Car, de espíritu similar. Los colectivos de taxistas, por su parte, reaccionan denunciando el intrusismo profesional que les supone estos servicios que se ofrecen, por el momento, sin regulación y control.

El fondo de la cuestión reside, nuevamente, en la renovación de ciertos modelos de negocio ocasionada por la presencia de Internet y la revolución tecnológica de los últimos años. Antes fue la industria discográfica, en pie de guerra desde el caso Napster, y que finalmente ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos de distintas formas (hoy tenemos Spotify como ejemplo de nuevo modelo de negocio para la industria). La prensa escrita también sufre las novedades de los últimos años: los periódicos no venden como antes, y tienen que pensar en otros modelos de negocio. Los operadores de telefonía ven disminuir sus ingresos por el uso de aplicaciones como Skype, Line, FaceTime, etc, y los SMS han desaparecido gracias a Whatsapp y similares. Y qué decir del comercio tradicional y el perjuicio que le supone el auge de las compras por Internet.

Estamos en una época de cambio constante. La economía es global, y, cada vez en mayor grado, virtual. En otros momentos de la Historia se vivieron puntos de inflexión similares causados por otras revoluciones tecnológicas. Es la época que nos ha tocado vivir, en la que el sentido adaptativo de la teoría de la evolución cobra más fuerza que nunca.